Annihilator – 2015 – Sucide Society

Jeff Waters es un tipo al que hay que reconocerle la constancia: este guitarrista canadiense rechazó no una ni dos, sino tres invitaciones para incorporarse a Megadeth, algo por lo que muchos músicos sueñan con recibir. Waters es alguien que siempre le tuvo una confianza infinita a Annihilator, la banda que viene liderando desde hace más de 30 años, y siempre mantuvo a flote al grupo ante los embates de los cambios de estilo, de modas y de formación, al punto tal de que durante la gran parte de la historia de la banda él fue el único miembro oficial en el estudio, usando una variedad de músicos de sesión para grabar los discos.

Sin embargo, otra cosa que hay que reconocer es que la discografía de Annihilator tiene altibajos muy marcados, y sólo «Alice In Hell» (1989) y «Never, Neverland» (1990) son clásicos indiscutibles de la banda. Después de esos dos primeros discos, grandes representantes de la últimos años de la época de oro del thrash, el grupo (o, mejor dicho, Waters y quien estuviera disponible en ese momento) sacó álbumes que alternaban entre lo destacable, lo aburrido y lo desconcertante, aunque siempre con una regularidad bastante llamativa de dos o tres años entre cada trabajo.

«Suicide Society», decimoquinto álbum de Annihilator, tiene la particularidad de ser el primer álbum desde el industrialoso «Remains» (1997) en tener a Waters encargándose de las voces principales, además de ser el primero luego de la partida de Dave Padden, vocalista de la banda y guitarrista rítmico en vivo desde 2003, en 2014. También marca la vuelta al sonido más thrash, luego de una seguidilla de discos donde el groove metal era el sonido principal. Más allá de eso, «Suicide Society» sigue la línea de los últimos discos, intercalando alguna que otra gran canción, otras buenas, y otras que nos hacen dudar y mirar de reojo cuántos minutos van de canción. Tracks como las iniciales «Suicide Society» y «My Revenge» hacen que uno tenga esperanza de que este será un gran disco, pero a esas le pegan esa especie de pelotazo experimental titulado «Snap». Después vienen «Creepin’ Again», «Narcotic Avenue» y «The One You Serve», que rankearían más alto si no fueran un tanto demasiado largas. Las que vienen después de esas zigzaguean entre canciones que sonarían mejor con uno o dos minutos menos, algún experimento fallido y otras donde la banda suena en piloto automático. Básicamente, un resumen de los últimos años de la banda.

¿Acaso «Suicide Society» es un mal disco? No, en realidad no. Es un disco de 6 puntos, aceptable dentro de todo. Pero Annihilator es una banda que con sus primeros discos se ganó un lugar como para exigirle algo más que discos de 6 puntos. Pero bueno, dentro de dos o tres años Jeff ya editará el sucesor de este disco, y de nuevo tendremos las esperanzas renovadas de que ese será el disco que le venimos pidiendo desde hace años.

Akitsa – 2006 – La Grande Infamie

A partir de la segunda ola de bandas, el black metal desarrolló un fuerte sentido de comunidad que llevó a los grupos a organizarse según países, regiones o incluso ciudades, dando lugar al Inner Circle noruego y las Légions Noires de la ciudad francesa de Brest, y a la rivalidad de la escena blackmetalera noruega con su contraparte finlandesa y con la escena del death metal sueco. A su vez, la música fría y atmosférica del black metal se convirtió en vehículo de ideologías de todo tipo, algunas de tinte extremo.

Akitsa pueden ser ejemplo de ambas cosas. Estos canadienses procedentes de la ciudad de Montréal, en la provincia mayoritariamente francófona de Québec, tienen una enorme afinidad con sus raíces culturales. Sus letras tratan acerca del nacionalismo quebequés, la misantropía y la naturaleza, aunque poco importen porque, más allá de que estén en francés, los gritos y berridos de Néant y OT, los únicos miembros oficiales de la banda, hacen que se entienda absolutamente nada.

Esto es black metal en su mínima expresión, con mucho sonido de acople, uno o dos riffs por canción, ritmos que nunca cambian, como en los 4 minutos de blastbeats de «Cultes Vertueur», y hasta con ciertos momentos poco black metal, como las punkosas «Silence» y «La Grande Infamie», y la acústica «Chthonos». Todas las canciones están grabadas con una calidad pobrísima, con ocasiones como «La Grande Infamie», donde apenas se escucha la batería, y otras como «Origine mythique», donde se escucha muy fuerte. Y si a eso le sumamos el track «Forêt disparue», que es como todo lo hecho en las canciones anteriores pero a un décimo de la velocidad y repetido durante 21 minutos, ya tenemos una receta segura para el desastre.

¿O no?

Es difícil saberlo. Uno se termina acostumbrando a todas las cosas extrañas del sonido de Akitsa como si fueran elementos inseparables de su sonido personal, como si los gritos y berridos fueran la única manera de poder cantar estas letras, y la música minimalista, distorsionada y mal grabada, al punto de volverse ruido, fue el único sonido digno de acompañarlas.

Vaya uno a saber qué diablos hicieron los chicos de Akitsa, pero de alguna manera lograron crear un disco que puede ser considerado una mierda ruidosa y vacía o una de las más grandes obras del black metal de los últimos años, una oda al caos, al ruido, la locura, el odio y todo lo negativo que te puedas imaginar. Amor u odio, nunca indiferencia, ¿no es esa la cosa más punk del mundo?