Emmure – 2017 – Look At Yourself

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Estuvieron pasando cosas en el seno de Emmure desde que el grupo de Frankie Palmeri editó Eternal Enemies en 2014. Luego de que todo el resto del grupo decidiera irse en 2016, Palmeri contrató tres miembros nuevos sino que también decidió salir del sello Victory para firmar con SharpTone Records.

Con el recambio total de instrumentos, no hubiera sido descabellado pensar que Look At Yourself marcaría algún cambio en la fórmula del grupo, más que nada porque Palmeri sumó a tres cuartos de Glass Cloud, una banda con un estilo bastante diferente. Pero nada está más lejos de eso, porque Look At Yourself es otro álbum más en la discografía de Emmure que bien podría ser una variación de cualquier otro álbum de Emmure.

Aunque Look At Yourself dure apenas 31 minutos, la repetición constante del mismo breakdown y las mismas letras sobre ser el mejor y sobre mandar a la mierda a los críticos que Palmeri viene escribiendo desde el mismo momento en que se formó la banda hacen que uno nunca sepa en qué canción está, alargándolo mucho más.

No es que Emmure sean la única banda con una idea muy acotada de lo que puede llegar a ser una canción, pero que no sean capaces de meter algo de gancho o un detalle que le dé personalidad a las composiciones sólo hace peores las cosas. Por nombrar un par de momentos que se salen de la fórmula tan estricta de Emmure, “Ice Man Confessions” y “Flag of the Beast” marcan algunos de los momentos más cercanos al nü metal y al rap metal del álbum, con Palmeri alternando sus rugidos con voces susurradas a lo Jonathan Davis y rapeadas a lo Fred Durst. Que sean la excepción no significa que sean mucho mejores que el resto.

Los que están detrás de los instrumentos no son principiantes en la materia, pero la manera en la que todo lo que ocurre detrás de la voz de Palmeri se mezcla en una única bola de ritmos saltarines es una afrenta al oído.

Francamente no sé qué más decir acerca de este disco: es todo lo genérico que un disco puede ser, sea de metalcore, deathcore o lo que sea. Pueden consultar la reseña que hice en 2014 de Eternal Enemies, porque aplica en cada punto a lo dicho acá, si quieren algo más. Lo único más que puedo decir es que escuchen este disco si quieren un viaje a través de los primeros intentos de ser “jarcor” de un chico de 10 años fanático de Call of Duty, porque si no entonces manténganse lo más alejados posibles.

Okilly Dokilly – 2016 – «Howdilly Doodilly»

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Las bandas que basan toda su propuesta en un chiste (en el sentido de comedia) son difíciles de analizar. ¿Hay que analizarlas igual que las bandas «serias»? ¿Hay que analizarlas desde el lado del chiste? ¿Se puede hablar de Anal Cunt como se puede hablar sobre Napalm Death? ¿Se puede hablar sobre Tenacious D de la misma manera que de Black Sabbath? ¿Uno puede gustarle la música y no el chiste y viceversa?

Esas preguntas se me vinieron a la mente cuando escuché por primera vez a Okilly Dokilly, una banda de metal cuyas canciones son homenajes a Ned Flanders, el icónico personaje de Los Simpson. Ya el simple hecho de tener semejante propuesta hizo que Okilly Dokilly tuviera bastante publicidad y la atención no sólo del mundo del heavy metal sino también de los fans de la serie, y mucho más de los que justo se cruzaran en un hipotético diagrama de Venn. Obviamente, cuando la banda anunció que iba a sacar su primer disco la expectativa fue grande. Sólo había un problema, uno mínimo pero que a mí me llamó la atención: todo el mundo hablaba sobre el chiste de Flanders, cómo salían vestidos al escenario, cómo definían a su estilo como «nedal» y cómo este último era «no tan rápido como el ‘bartcore’ y más limpio que el ‘krusty punk'», pero nadie hablaba de verdad sobre la música.

Luego de prestarle varias escuchas a «Howdilly Doodilly», el disco debut de la banda, ahora entiendo que la música no es el lado más fuerte de Okilly Dokilly, porque es terriblemente genérica. Aunque las canciones busquen variar entre el hard rock, el rock industrial, el metalcore y cosas acústicas pseudo indies, no logran destacarse en ninguno de esos ámbitos. No son todas malas: «Panic Room» logró sacarme una sonrisa con su riff a lo ZZ Top y raro estribillo súper country, pero esa es una canción entre las 13 que componen el disco. El estilo de Head Ned, cantante y guitarrista de la banda, no ayuda tampoco: los chillidos agudos me encantan en un contexto más cercano al black metal o al metalcore, pero acá suenan chocantes cuando son la voz principal de unas canciones que no llenan todos los espacios.  Es como tener a Phil Anselmo cantando en Weezer.

Pero la gente que vaya a escuchar «Howdilly Doodilly» por la música es un porcentaje muy chico, la mayoría va a hacerlo por el chiste de una banda haciendo referencias a Los Simpson. Y acá nos encontramos con el problema de que el chiste no es muy bueno: excepto en el cierre «All That Is Left» y su lírica referenciando el local de productos para zurdos de Flanders, el resto de las canciones se limitan a repetir una y otra vez la misma frase, con «Nothing At All» y su repetición de la frase «es como si no tuviera nada puesto» por poco más de dos minutos como ejemplo más bajo. ¿Cuál es la gracia de armar una banda para hacer un chiste si no tenés idea de cómo hacer un chiste?

De la misma manera que el término «flanderización» se usa para hablar del proceso por el que un personaje comienza a exagerar cualidades que antes eran sólo uno de tantos ingredientes de su personalidad hasta convertirse en una versión superficial de lo que antes eran (como terminó pasando con nuestro querido Flanders y sus ideas religiosas), Okilly Dokilly parece la flanderización de un fan de Los Simpson citando frases de la serie. Sin un contexto nuevo en el que ponerlas, lo único que hacés es admitir que esas frases existen, como una de esas películas a lo «Scary Movie» y derivados que se limitan a referenciar a las últimas películas del género sólo con cosas que uno ve en los trailers. Puede ser que la intención fuera buena, pero la ejecución está muy lejos de resultar en algo mínimamente satisfactorio.

Anomalía – 2015 – Una Vida En El Infierno

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Anomalía es una banda que ha pasado por una buena cantidad de cambios a lo largo de su historia. Comenzaron practicando una mezcla de thrash y death con letras en inglés, como se puede apreciar en su demo «After The End» de 2006, pero luego de varios cambios de formación, entre los que se contó la entrada del ex Dar Sangre Ramiro Arias en voces, el estilo del grupo cambió a uno más cercano a un deathcore bastante melódico, con mucho uso de voces podridas y pig squeals junto a las más melódicas, y editó su disco debut «Mea Culpa» en 2012.

«Una Vida En El Infierno», el nuevo LP de Anomalía, plantea un nuevo cambio en el estilo de esta banda de Tigre, provincia de Buenos Aires, al dejar de lado los pig squeals y usar una voz más gritada en vez de la gutural, para pasar a un estilo más cercano al metalcore. Ahora, lo más seguro es que estén pensando «¿necesitamos otra banda de metalcore?», y la verdad es que es una buena pregunta, porque en la escena del primer mundo este estilo, si somos optimistas, está con respirador artificial por la sobrepoblación de bandas genéricas. Por suerte, en Argentina la situación es diferente: bandas como Clay, All For Love y, en especial, Deny, son sólo algunas de las bandas que forman una escena saludable y con un seguimiento enorme por detrás, más que nada por un uso extensivo de las redes sociales y de contacto directo con sus fanáticos de la que muchos grupos de «metal verdadero» deberían aprender.

Este disco tiene algún que otro elemento que no se suele escuchar en este género, como en el inesperado interludio instrumental «La Calma» y sus guitarras acústicas, pero en su mayor parte se apega al canon del género: contraste de voces gritadas y limpias, riffs super melódicos pero de violencia hardcore, estribillos explosivos, etcétera. Nada que de verdad no hayammos escuchado antes de alguna manera u otra, pero Anomalía son tipos talentosos, que saben usar todos estos elementos para crear una experiencia sumamente entretenida.

Un punto positivo importante se centra en cómo evitan muchos de los vicios del género e incluso así logran sonar tal cual te esperás que suene una banda del estilo: Ramiro Arias no sólo es bueno gritando, sino que al momento de las voces limpias tiene un toque especial que lo aleja del vicio de la melosidad que suele plagar al género; David Iapalucci, guitarrista y único miembro original, riffea con todo y se aleja del rejunte de breakdowns por el breakdown mismo; y el bajista Ariel Olarte y el baterista Javier Cuello, que mete una cantidad de arreglos enorme, provee una buena base para todo esto, aunque me hubiera gustado que el bajo del primero se escuchara más para poder hablar de manera individual.

«Tu Soledad En Llamas», «En El Ojo del Huracán» y «Una Vida En El Infierno» son algunas de las mejores canciones, aunque es difícil elegir alguna en un trabajo de apenas nueve canciones y media hora de duración. Anomalía es una banda comprometida con su arte, legítima y sumamente talentosa. Es sólo cuestión de tiempo de dejar de lado los prejuicios que podamos llegar a tener para poder apreciar a una banda con mucho futuro por delante.

Killswitch Engage – 2004 – The End Of Heartache

A casi 11 años de la salida del tercer disco de Killswitch Engage, editado el 10 de mayo de 2004, se pueden llegar a subestimar el impacto que tuvo un disco tan importante, en lo que a metal moderno se refiere, al momento de su aparición. Esto no es algo exclusivo de «The End Of Heartache», sino que es algo común entre aquellos discos que causan un impacto tan grande en la música como para que después salgan miles de clones de calidad bastante variable. Para tener otro ejemplo, remítanse al debut de Korn

Killswitch Engage se habían formado en 1999, pero sus miembros ya habían estado en varias bandas conocidas del under de Massachusetts, su estado natal: el baterista Adam Dutkiewicz y el guitarrista Joel Stroetzel venían de Aftershock, y el bajista Mike D’Antonio había estado en Overcast, una de las bandas pioneras del género a principios de los 90’s. Sin tener siquiera un cantante, el grupo comenzó a componer canciones, hasta que Jesse Leach, que venía de una banda de death metal melódico de Rhode Island llamada Corrin, se sumó a la banda justo cuando iban a entrar a grabar el demo, titulado «Killswitch Engage», en 1999. Poco después, la banda teloneó a los suecos In Flames, lo que les permitió firmar con el sello Ferret Music, que se convertiría en uno de los sellos más importantes de la movida metalcore, y grabar su debut «Killswitch Engage» (2000).

Al año siguiente, el grupo firmó con Roadrunner Records, que estaba buscando «la gran cosa nueva» ante la evidente caída en popularidad del nu metal. Para «Alive or just Breathing» (2002), Dutkiewicz se encargó no sólo de la batería sino también de la guitarra (en el debut había tocado la guitarra en algunas canciones) y produjo el disco, mientras Leach escribía letras que demostraban pensamientos positivos, influenciado por sus ideas cristianas, y que se convertirían en una marca registrada del grupo.

Jesse Leach abandonó el grupo poco después de editado el disco, ya que quería pasar más tiempo con su familia y porque sentía que su voz se estaba dañando, justo cuando la banda debía embarcarse en la gira más importante de su carrera hasta ese momento. Para la gira, el grupo sumó al cantante Howard Jones, miembro de Blood Has Been Shed.

Al terminar la gira, el grupo entró a los Zing Studios para grabar su tercer disco. Este trabajo sería uno de gran cantidad de cambios dentro de la banda: sería el primero que la banda grabaría como quinteto; el primer con Dutkiewicz encargándose exclusivamente de las guitarras; el primero con el baterista de Blood Has Been Shed, Justin Foley, ocupando el puesto de Dutkiewicz; y el primero con el nuevo cantante. Claramente era todo un desafío, ya que muchos fans habían conocido al grupo en un formato bastante diferente.

A pesar de todas las expectativas en contra, «The End Of Heartache», editado en 2004, se convertiría en el disco más exitoso de KSE, con los singles «Rose of Sharyn» y «The End Of Heartache», que apareció en la segunda película de la saga de Resident Evil, sumando nuevos fans y llevando a que el disco fuera certificado Oro en 2007, con 500.000 copias vendidas hasta ese momento. Los gritos, combinados con su canto limpio, mucho más claro que el de Leach, y los riffs melódicos y thrasheros terminaron por influir a muchas de las bandas que se subieron al vagón del éxito de KSE, incluso a los mismos In Flames, que terminaron influenciándose por las mismas bandas que ellos habían influenciado.

Pero no sólo fue un éxito comercial, sino que también marcó el fin de la hegemonia del nu metal, que ya venía en picada desde el año anterior, como el género líder del metal mainstream: el éxito de KSE llevó a que los grandes sellos comenzaran a firmar con otras bandas de estilos similares, muchas de ellas de la misma zona que KSE, y le dio forma al metalcore como el estilo que dominaría el resto de la década. Y aunque ahora el metalcore se haya saturado de propuestas y que haya entrado en decadencia, nada le va a quitar a «The End Of Heartache» el ser uno de los discos que más influenció al heavy metal post-2000.

Emmure – 2014 – Eternal Enemies

Es para respetar que una banda como Emmure tenga popularidad en estos días. Digo esto porque es todo un logro que un grupo que reúne gran cantidad de los peores clichés de los géneros más detestados de los últimos años pueda tener ventas bastante destacables, aunque también se puede dar crédito de su relevancia a las controversias en las que el grupo se mete con tal de avisarle al mundo de que existen, casi todas protagonizadas por su cantante Frankie Palmeri, un hombre de ya 44 años pero que todavía se comporta como un adolescente.

«Eternal Enemies» es el sexto disco de la banda. Acá, la banda no presenta nada nuevo, y no creo que vayan a hacerlo ni en 20 discos más. Lo que tenemos en «Eternal Enemies» es la misma mezcla de metalcore, deathcore, hardcore pseudo pandillero y algo de nu metal que el grupo viene ofreciendo desde que su debut en 2007, cayendo nuevamente en los mismos clichés baratos de siempre.

Las canciones no son canciones, son breakdowns a los que la banda les ponen nombres. Por ejemplo, «Bring a Gun To School» es mitad intro, mitad breakdown: la intro se compone de ruidos de llamadas al 911 y ruidos de guitarra, y el breakdown de la segunda mitad es el mismo «chug chug chug» que puede usarse para describir cada canción del grupo. Frankie Palmeri hace lo que (él cree que) sabe hacer: combinar tonos pandilleros y gritos guturales medio gritados para entonar líricas que tienen la misma profundidad que los primeros intentos de un chico de secundaria por escribir letras «jarcor». Es como si el grupo hubiera hecho esta especie de intro como un simple relleno al que ponerle un título que causara controversia y que los «obligara» a cambiarlo por «Untitled». Muy bien Emmure, consiguiendo publicidad gratis sin hacer nada.

En «Nemesis», la banda levanta la velocidad, pero no mucho. El problema más grande que tiene la banda no es tanto la voz de Palmeri, sino la monotonía de la instrumentación: los riffs son todos iguales, y la falta de solos de guitarra o algo que les haga tomar protagonismo impide desviar la atención de la horrlble voz de Palmeri, a quién se le entiende poco y nada incluso cantando limpio.

«N.I.A (News In Arizona)» es una canción poco más variada, donde Palmeri hace una imitación bastante buena de Jonathan Davis de Korn entre todos sus gritos guturales. Hay una sección de tintes atmosféricos hacia los dos minutos que dura hasta que aparece de nuevo el breakdown. Acá es donde se termina de entender la forma de encarar el canto que tiene Palmeri: comienza el verso cantando «limpio» y pasa a la voz gutural en las últimas palabras, una y otra vez hasta que el recurso pierde la gracia.

En «Free Publicity» dicen que ellos saben que sus críticos son cobardes que se odian a si mismos, y que para ellos su odio les da publicidad gratis, aunque hay que recordar que ellos mismos buscaron publicidad gratis con la controversia por el nombre de la primera canción.

Y así podríamos hablar sobre cada canción. Los mismos breakdowns, las mismas letras con pretensiones de rudeza, las mismas voces podridas parecidas a los ruidos que hace una persona cuando se atraganta, las mismas voces limpias dignas de Fred Durst, todo se repite constantemente a lo largo de las 15 canciones de «Eternal Enemies», como si fueran 15 variaciones de la misma canción. Llama la atención que un grupo tan limitado haya llegado a tocar en festivales como cabeza de cartel, y que esas limitaciones sean tan evidentes cuando el grupo lleva una década de carrera y 6 discos editados.

No estamos hablando de prejuicios en cuanto al estilo del grupo, estamos hablando de su falta de habilidad para aprovechar los recursos este ofrece. Pero bueno, estoy seguro que la banda ya tiene lista una canción acerca de la gente que criticó este disco, total esa gente les da la publicidad por la que ellos se desviven.