Koenjihyakkei – 2018 – «Dhorimviskha»

Buenas, seguidores del blog. Como recordarán, meses atrás mencioné que iba a tomar un descanso de actualizar para poder centrarme en mis estudios, lo que fue más una formalización de algo que ya se venía dando desde hacía tiempo, porque cada vez encontraba menos tiempo para poder escribir para este espacio (incluso cuando intenté hacer una serie más mensual), más que nada con las coberturas de recitales para El Cuartel del Metal que vengo escribiendo desde el año pasado y que llevan su tiempo y desgaste. Pero ahora que tengo unos días de vacaciones, pensé que no sería mala idea publicar algo en Red Ripper Blues. Esta no es una reactivación del blog, no voy a publicar regularmente a partir de ahora, sino que es más que nada para sacarme las ganas.

Desde que el baterista francés Christian Vander, motivado por la muerte del legendario saxofonista John Coltrane, formara Magma y desarrollara una mezcla explosiva de rock progresivo, jazz y música clásica moderna que terminara denominándose «zeuhl», más de una banda ha tomado la posta de un estilo que terminó demostrando posibilidades sorpresivas a partir de características tan específicas. En un principio fueron grupos formados por miembros y exmiembros de Magma, como Zao y Weidorje, pero luego aparecieron otras bandas francesas por fuera de ese círculo, como Shub-Niggurath y Dün, y después se expandió a otros países, estableciendo una escena bastante particular en Japón, con grupos como Pochakaite Malko, Ruins y, sobre todo, Koenjihyakkei.

Estos últimos, liderados por el baterista y cantante Tatsuya Yoshida, son de los más renombrados de la escena japonesa del zeuhl (que, por si no quedó claro, es la clase de estilo que no atrae multitudes pero sí fans dedicados), en parte con la prensa que recibió su cuarto álbum Angherr Shisspa, editado en 2005. Pero después de aquel trabajo, poco más se había escuchado de parte de los japoneses: algunas participaciones en compilados y festivales, un par de DVDs en vivo y no mucho más, llegando a incluso rumorearse que la banda se había separado en 2010, aunque algunas presentaciones en vivo posteriores terminaron desmintiéndolo, donde incluso tocaron algo de material nuevo. Pero seguía sin haber anuncio de nuevo álbum, y todo indicaba que la situación no iba a cambiar, pero en mayo de 2018, después de 13 años de espera, por fin anunciaron que iban a sacar nuevo álbum, este flamante disco titulado con el complicado nombre, como de costumbre, de Dhorimviskha.

El álbum arranca sin muchas sutilezas con «Vleztemtraiv» y los ritmos frenéticos e irregulares de Yoshida, el furioso saxofón de Keiko Komori y el coro de voces que acompaña como si de un instrumento en si mismo se tratase, una impresión ayudada por el pseudolenguaje puramente fonético que la banda utiliza en todas sus composiciones, que hace que las voces suenen cercanas al «scat» usado en el jazz pero sin el carácter de improvisación de estos, sino que cuidadosamente siguen y acompañan a los instrumentos. La referencia al primer King Crimson es más que obvia, pero no pasa mucho hasta que Koenjihyakkei comience a pasar por diferentes secciones dentro de la canción, variando entre porciones con teclados que recuerdan al Yes de los setentas, otras cercanas al free jazz y hasta una con guitarras de regusto funk, antes de volver al inicio y cerrar así un viaje de poco más de 10 minutos.

Es obvio que esta descripción nos muestra que el formato canción tradicional es una de las pocas cosas que los japoneses no usan en estas canciones, pero es bastante impresionante la manera en la que logran formar algún tipo de gancho o de riff más convencional en medio de lo que cualquiera consideraría la banda sonora del caos, como en la sección de puro hard rock “deepurplero” en “Levhorm”, con guitarras hardrockeras y teclados rifferos acompañados por voces femeninas de corte soul, expresadas por momentos de manera melismática, e incluso se pueden escuchar algunas voces más desgarradas y extremas entre las que conforman los coros. Esta mezcla de estilos también se puede ver en “Djebelaki Zomn” (con esas líneas de clarinete influenciadas por el klezmer mezcladas con guitarras pesadas) y “Palbeth Tissilaq”, con una primera mitad jazzera y con guitarras acústicas suaves que después se ven contrastadas con solos de guitarra y teclado furiosos que explotan de la nada.

Semejante mezcla de elementos puede terminar abrumando por momentos y es verdad en que hay ciertos momentos donde los cambios tan abruptos pueden llegar a chocar un poco (estamos hablando de la clase de música que requiere atención completa al momento de escucharse, a riesgo de terminar perderse), y las voces puedan llegar a cansar con la manera en la que suben, bajan y se extienden sin que digan nada en realidad. Pero repetidas escuchas aseguran que uno note la precisión con la que cada nota está puesta, cómo cada elemento tiene su lugar y ninguno de los miembros de Koenjihyakkei es un improvisado en lo suyo, sino que todo lo que tocan está fríamente calculado. Y tiene que ser así, porque no hablamos de un par de acordes simples sino de escalas cambiantes y tempos irregulares por todos lados, algo que puede sonar como el estereotipo más grande que uno pueda relacionar con el rock progresivo, pero hecho con el buen gusto que a muchos grupos del estilo les suele faltar. Una crítica que podría expresar es que me hubiera gustado mayor presencia del bajo en las canciones, más allá de que el solo que tiene en el tema que da título al álbum lo compensa un poco.

La hora que dura Dhorimviskha se pasa más rápido de lo que uno esperaría y da para apretar replay varias veces, para descubrir cada una de las capas y líneas que componen las canciones. Desde el costado técnico, el sonido es súper claro y la mezcla es balanceada, dándole un brillo a cada uno de los instrumentos que me gustaría ver más seguido. En definitiva, no tengo problema en decir que Dhorimviskha es el mejor disco de Koenjihyakkei hasta la fecha: es la culminación de todo lo que la banda fue mostrando en discos anteriores, pulido y presentado en su mejor forma tanto compositiva como técnicamente, con composiciones llenas de buenas ideas y usadas perfectamente. Desde ya, espero que aparezca en varias listas de lo mejor del año.

Beyond Description – 2017 – «The Robotized World»

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Antes de ponerme a averiguar acerca de ellos, hubiera jurado que Beyond Description eran una banda nueva. Pero en una muestra más de que mi conocimiento sobre datos inútiles del heavy metal no es tan amplio como creía, resulta que la carrera de estos japoneses se remonta hasta 1988, y que este ya es su quinto LP, que se suma a una cantidad enorme de Eps, compilados, lanzamientos compartidos con otras bandas, y demás. ¿A qué viene esto? A que “The Robotized World” suena como un disco debut, en el aspecto negativo de la expresión.

A diferencia de lo expresado en su nombre, Beyond Description son muy fáciles de describir: tomemos el sonido clásico del thrash de los ochentas, agreguemos unas buenas dosis de crossover thrash a lo Stormtroopers Of Death, y listo. Si a eso le sumamos la tapa hecha por el ícono del género Ed Repka, nos queda que estos japoneses no están muy alejados de todas esas bandas a lo de la nueva ola del thrash de la década pasada. Y aunque hay algunas bandas de toda esa camada que lograron salirse de la repetición de clichés que terminó hundiendo al movimiento o simplemente mostraron algo más de talento que la mayoría, como Havok, Evile, Violator, Tungsteno o Iron Reagan, este no es el caso de Beyond Description, que se dedican a repetir cada detalle del sonido clásico del crossover, incluso los clichés que ya quedaron viejos y sin siquiera meterle algo de gracia para que suenen entretenidos.

Acá tenemos todo: las voces gritadas del cantante Hideyuki Okahara (que hacen que no se entienda si las letras están en inglés o en japonés), algún coro pandillero, los riffs bien machacados y las baterías inquietas. Todo en su lugar como dice el manual del estilo, pero sin aportar nada como para destacarse entre el océano de grupos del género.

Hay algunas canciones que buscan salirse de la medianía general y aportar un poco de identidad, como la ganchera “Journey”, “Sourmount” y su comienzo lento, o “Steerage” y sus breaks de batería. Pero son muy pocas en un álbum de 12 canciones, más allá de si ninguna de ellas pasa de los 3 minutos y entre todas apenas lleguen a los 27, además de verse perjudicadas por un sonido apagado y sin brillo que no permite demostrar todo su potencial. Y ya que mencionamos la duración de las canciones, llega un momento en que suenan tan efímeras y sin forma que no logran quedarse en la memoria, haciendo que sea complicado recordar momentos puntuales más allá de los que mencioné antes.

“The Robotized World” me da la misma sensación que me dan casi todas las bandas de la nueva ola del thrash: tienen mucha energía y deben ser entretenidos de escuchar en vivo, pero en estudio sólo me suenan tediosos por su repetición de ideas. Pueden agregarlos a la lista de “bandas que gustarán a los fans extremos del estilo”.

Church of Misery – 2016 – And Then There Were None…

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Church of Misery es una banda que siempre tendrá un lugar reservado en este espacio, no por nada una de sus canciones, proveniente del álbum “The Second Coming” de 2004, le dio nombre al blog. Su combinación de doom metal setentoso y elementos más ruidosos y extremos les permitió formarse un sonido propio en una escena sobrecargada de propuestas poco inspiradas.

Como dijimos cuando repasamos ese mismo álbum, los cambios de formación han sido una constante en la carrera del grupo, con miembros yendo y viniendo a lo largo de los años, y con algunos, como los vocalistas Yoshiaki Negishi y Hideki Fukasawa, reingresando a la banda. Esta es una de las razones más importantes para los espacios de tiempo tan largos entre cada álbum. En 2014, Fukasawa, el guitarrista Ikuma Kawabe y el baterista Junji Narita (que hacía catorce años que ocupaba el puesto) abandonaron Church of Misery, dejando al bajista Tatsu Mikami, único miembro constante en la historia del grupo, totalmente solo.

Sin inmutarse, Mikami decidió darle una vuelta de tuerca a la formación que grabaría el nuevo álbum de su banda, y es así que “And Then There Were None…” (título que referencia tanto a la novela de Agatha Christie, conocida en el mundo hispanohablante como “Diez Negritos”, como a la canción que se convierte en un punto central en ella) es el primer álbum de Church of Misery con una formación totalmente estadounidense acompañando a Mikami, y una con un muy buen currículum detrás: en las voces tenemos a Scott Carlson, cantante y bajista de los pioneros del grindcore Repulsion y quien estuviera con los ingleses Cathedral, y un ejemplo más de la preferencia de Mikami por los vocalistas extremos; en la guitarra está Dave Szulkin, miembro de los amantes del horror Blood Farmers; y en la batería se sienta Eric Little, de la banda de doom metal Earthride.

Yendo al disco en sí, a primera oída no se sienten grandes diferencias con respecto a trabajos anteriores, más allá de que ahora las letras sobre asesinos, una firma del grupo, sean mayormente inteligibles y un audio inusualmente limpio para los estándares de la banda. Más allá de esas dos características, las canciones se pueden escuchar como una perfecta continuación de lo que la banda viene haciendo desde su misma creación, algo que más de uno interpretará como “falta de ideas” pero que personalmente no me parece algo negativo cuando el talento compositivo está presente. Este es el caso de “And Then There Were None…”, donde los siete tracks (seis canciones y el interludio “Suicide Journey”) se sostienen más que bien usando los elementos tradicionales que hacen al género: riffs lentos y bluseros, un bajo pesado y distorsionado, y una batería que sepa llevar el ritmo. Lamentablemente, la batería de Eric Little es el mayor cuestionamiento que se le puede hacer al álbum: aunque suena competente (y hasta con grandes momentos, como en la introducción de “River Demon”), por momentos le falta la fuerza necesaria para este tipo de música, ya sea por un tema de producción o por la misma performance de Little. Sin embargo, el resto de la banda hace su trabajo más que bien, con las voces de Scott Carlson pudriéndola con todo, la guitarra de Szulkin canalizando a su Tony Iommi interno en los riffs y en los solos, y con el bajo de Mikami compensando la falta de fuerza de la batería con una gran base. Hasta se dan el lujo de algún que otro homenaje, como la introducción de bombo del tema título que recuerda a “Iron Man” de Black Sabbath, aunque por suerte mantengan este aspecto en su mínimo y tolerable.

Más allá de las críticas que se le pueden hacer, “And Then There Were None…” es un buen trabajo. Está lejos de ser el trabajo más inspirado de esta banda ¿japonesa?, pero cumple más que bien con sus historias de asesinatos y sus buenas canciones, convirtiéndose en una buena continuación de su discografía. No hay muchas chances de que esta formación termine siendo la definitiva de Church of Misery, debido al trabajo simultáneo de sus miembros en otras bandas y el historial inestable del grupo, pero por lo menos dejó un álbum donde los elementos dieron una química destacable.

Comentarios express

Casi todo el tiempo estoy escuchando música, pero últimamente no tengo tanto tiempo seguido como para sentarme y escribir lo que pienso acerca de tal o cual disco. Me encanta escribir reseñas de 400, 500 o 600 palabras, pero eso toma su tiempo.
Pero, y esto es algo que aprendí de leer las reseñas en el sitio de Zann’s Music años atrás, a veces no es necesario explayarse tanto para mostrar lo que pensás acerca del disco en cuestión. Así que en esta ocasión les traigo algunos comentarios acerca de varios discos que vengo escuchando, cortitos y condensados para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero.

Hollywood Vampires – 2015 – Hollywood Vampires

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Formado por Alice Cooper en voces, el guitarrista Joe Perry (Aerosmith) y, como miembro más extraño a primera vista, el actor Johnny Depp en guitarra, y acompañados por miembros de la banda de Cooper y ex Guns N Roses en los demás instrumentos, este grupo se propone homenajear a todos los rockeros que murieron por los excesos durante la década de los setentas. Tomando su nombre de un club de borrachos que tuvo a Alice Cooper y a muchos de esos rockeros como miembros, esta banda edita su álbum debut autotitulado, compuesto por varios covers de los grupos que esos músicos muertos integraron y dos canciones nuevas, todas dentro del estilo del viejo y querido hard rock. Aunque uno hubiera querido más canciones nuevas, se nota que no es un simple proyecto para pasar el tiempo, y tanto las versiones como las canciones nuevas conservan un buen nivel a lo largo del disco, además de incluir una intro con la última grabación de Christopher Lee antes de morir. Un buen disco, aunque sea para pasar el rato.

Lil Herb – 2015 – Ballin’ Like I’m Kobe

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Hace tiempo que el hip-hop viene estancado, aunque eso podríamos decir de cada estilo musical en la faz de la tierra. Así que es bueno encontrar raperos jóvenes en quienes depositar el futuro del género. Lil Herb no sólo es joven (tiene un año menos que yo) sino que su mixtape «Ballin’ Like I’m Kobe» es sumamente entretenido. La producción es bien agresiva, algo que va de la mano con las letras, que relatan historias violentas sobre tiroteos, venta de drogas y la vida en los guetos. El estilo de rapeo de Lil Herb es bastante monótono, así que los mejores momentos son aquellos en donde se acopla a las bases y se pone a gritar las letras. Una nueva esperanza para el estilo.

BLVCK PØW∃Я – 2015 – ✝H∃ DVЯK GLØVV

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Aunque los mismos músicos digan que el witch-house está muerto, todavía es posible encontrar algunos especímenes destacables emplazados en las profundidades de Bandcamp. Este (supuesto) dúo (supuestamente) danés bien puede ser uno de esos, dado que en su (supuesto) debut llevan a bien puerto la mezcla de shoegaze, noise, drone hip-hop, darkwave, ocultismo y caracteres por fuera del alfabeto latino que hicieron del witch-house un género tan identificable a primera vista pero no a primera oída, para bien o para mal. A este combo, le agregan cierta fascinación con el pop más masivo de los últimos años, a juzgar por los títulos de las canciones. Es entretenido, y está para bajar gratis en Bandcamp, así que dale para adelante.

Scandal – 2014 – Hello World

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Sexto disco en los nueve años de existencia de la banda, pero por suerte no hay verdaderas señales de desgaste. Tengo un lugar dentro de mí para el pop punk azucarado tocado por estas chicas japonesas. Puede ser por muchas razones, pero estoy seguro de que la principal es que sus canciones son ultra gancheras en toda su inocencia e ingenuidad cubierta de distorsión guitarrera. Que muchas de las canciones suenen como intros de animé puede ser algo bueno o malo según tus gustos. Es como el soundtrack para tomar helado en la plaza con tus amigas durante un día soleado mientras pensás maneras para que senpai te note.

Under The Church – 2015 – Rabid Armageddon

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Es bastante interesante el fenómeno en el que lo nuevo es sonar como algo viejo, o «sonar retro». Esto se puede ver en muchos ámbitos, como la moda hacer videojuegos con estética de 8bits. En el death metal, la onda retro pasa por replicar el sonido del viejo death metal sueco de fines de los ochentas y principios de los noventas, sucio y thrashero. Puede parecer simple falta de originalidad pero, en un género donde muchas bandas sólo saben componer bolas de blastbeats, esta «vuelta a lo básico» es más que bienvenida. Under The Church, este combo sueco-islandés, debuta en formato LP con una buena muestra de death metal sucio, punk y directo a la yugular. «Rabid Armageddon» no es ninguna muestra de originalidad, pero a lo largo de 37 minutos se devela como un gran álbum para todo aquel que disfrute de la reverencia a grupos como Entombed, Dismember y los estadounidenses Autopsy.

Sigh – 2015 – Graveward



Sigh tenían un desafío complicado al momento de trabajar en el sucesor de “In Somniphobia” (2012), este último siendo por lejos uno de los discos más importantes de una discografía sumamente envidiable, y encima uno donde la mixtura de estilos y atmósferas de película de terror se había llevado a sus mayores extremos. Teniendo una vara tan alta para superar, ¿cómo se mantiene “Graveward” antes las expectativas? En su mayor parte, el nuevo disco de los japoneses funciona como un sucesor digno de “In Somniphobia”, de menor impacto que su hermano mayor pero sin ser para nada un mal disco. Sin embargo, ciertos aspectos de este nuevo trabajo terminan diluyendo el resultado final.

A lo largo de 10 canciones, Sigh nos pasean a su gusto por su típico universo retorcido de locura “mrbunglera” y experimentación sónica, donde riffs de cierto tinte power y thrash metal pueden convivir con los chillidos del cantante Mirai Kawashima, las voces y arreglos de saxo de su esposa Dr. Mikannibal y teclados de corte “cinematográfico-circense-opulento”. Aunque los famosos cambios entre estilos, ese elemento tan característico del sonido de la banda, no son tan abruptos como en su antecesor. Eso no significa que ello no esté presente, como bien atestigua la locura sónica de “The Molesters Of My Soul” con su experimentación “glitch” y electrónica. Sigh han utilizado estos elementos anteriormente con resultados satisfactorios, y esta no es una excepción.

La producción del disco es el punto se pueden encontrar las mayores falencias de “Graveward”, y es el aspecto que termina ensuciando al disco. Hay momentos donde la maraña de riffs, voces y efectos terminan convirtiéndose en una bola de ruido, y a los instrumentos les falta un toque de fuerza, con la batería sonando como en su propio mundo. Esto, sin lugar a dudas y desde una opinión personal, es una verdadera lástima, considerando la calidad y el talento de los músicos involucrados. A su vez, el sonido termina desperdiciando las participaciones especiales de Sakis Tolis (Rotting Christ), Niklas Kvarforth (Shining), Frédéric Leclercq (Dragonforce), Matt Heafy (Trivium) y Metatron (The Meads of Asphodel).

Más allá de sus claras falencias, “Graveward” es una adición digna a la discografía de la banda nipona, aunque no se lo pueda tomar como uno de sus mejores trabajos, más que nada por esa producción confusa que embarra el sonido y el resultado final. En resumen, este es un buen disco pero la banda está para mucho más.