Pink Floyd – 1971 – Meddle

Con la edición de «Ummagumma», en 1969, y «Atom Heart Mother», en 1970, Pink Floyd comenzaron una etapa de experimentación y descubrimiento de nuevos horizontes, motivados por la llegada de David Gilmour y la caída en desgracia de Syd Barrett, perdido en un mar de locura y LSD que lo llevó a abandonar la banda y desaparecer durante años. Con estos discos, a los que podemos sumar el soundtrack «Music from the film More» editado en 1969, la banda empezó un periodo de transición entre el rock psicodélico y espacial primigenio para adentrarse cada vez más en la corriente progresiva, aunque sus orígenes siempre estarían presentes y darían como resultado una fórmula mucho más basada en la creación de atmósferas que en el virtuosismo que muchas otras bandas del estilo profesaban. «Meddle», editado en 1971, es el último paso en esta transformación que culminaría con la edición de «The Dark Side of the Moon» en 1973.

Por primera vez desde el «A Saucerful of Secrets», de 1968, la banda compuso y trabajó las composiciones mayormente en el estudio, dando como resultado varias canciones relativamente simples, pero muy variadas, gracias a que es uno de los discos con mayor contribución individual de cada miembro, y que ya establecían gran cantidad de elementos que la banda explotaría en sus siguientes discos.

En «One of these Days», la banda experimenta con la distorsión en las voces en una de las pocas colaboraciones vocales del baterista Nick Mason, la sobregrabación de instrumentos (se pueden escuchar dos bajos, grabados por Roger Waters y David Gilmour) y la utilización y manipulación de grabaciones ya existentes, como la utilización de la intro de la popular serie británica de ciencia ficción «Doctor Who».

«A Pillow of Winds» y «Fearless» son incursiones en el folk rock, más directamente en la primera y ya mezclada con rock progresivo en la segunda. La primera tiene la particularidad de ser una canción de amor, toda una rareza en la historia de la banda. En «Fearless» se pueden escuchar más usos de ediciones de estudio, como el sonido de los fans del Liverpool cantando la canción «You’ll never Walk Alone».

«San Tropez» es la única canción del disco de autoría individual. Compuesta por Roger Waters, es una llamativa incursión dentro del jazz. Aunque ese tipo de influencias siempre estuvieron, pocas veces la banda se metió tan de lleno en el género. La letra describe un día  en la ciudad costera francesa de Saint-Tropez, o «San Tropez» como se la conocía en Inglaterra.

«Seamus» es otra canción muy llamativa. Es la canción más corta del disco, una composición de blues que toma su nombre del perro que se escucha ladrar y aullar durante toda la canción, propiedad del guitarrista de Humble Pie Steve Marriott. Hoy en día se puede escuchar a algunos fans diciendo que esta es la peor canción de la historia de Pink Floyd, pero creo que es tan corta, llamativa y representativa del periodo por el que la banda estaba pasando que es imposible de odiar.

La canción que cierra el disco es, por lejos, la más recordada del mismo. Y por muchas razones, porque hablamos de «Echoes», una canción épica de 23 minutos y medio,la tercera canción más larga de la discografía de la banda, ni más ni menos, con uno de los sonidos más icónicos de la historia del rock: el «ping» del teclado de Richard Wright, logrado con la ayuda de un altavoz Leslie, que recuerda tanto a la señal de un sonar. Siendo una de las composiciones más ambiciosas de la banda, «Echoes» transporta al oyente a un mundo de sueños y sumergido en el agua.

«Meddle» es todo un punto de referencia en la discografía de Pink Floyd. Todos sus elementos presagiaron el estilo que la banda tomó y desarrolló en sus siguientes discos, los que la convertirían en una de las bandas más importantes de la historia del rock. Aunque muchos fans se dividen entre la etapa psicodélica y la etapa progresiva de Pink Floyd, «Meddle» está en el punto justo para poder complacer a ambos grupos… o no complacer a ninguno. Tal vez sea eso lo que lo haga un álbum tan especial.

Pink Floyd – 2014 – The Endless River

¿Qué se puede esperar cuando una banda saca del baúl un compilado de grabaciones de la época de uno de sus discos más flojos y decide editarlas como un álbum 20 años después de ese disco? Muchos dirán «es Pink Floyd» como si semejante aseveración fuera un sello de calidad incuestionable que impide cualquier opinión en su contra, pero uno también puede decir «es Pink Floyd» en el sentido de ser una banda de mucho mayores estándares que la mayoría, que nunca sacarían algo sin haberlo pulido hasta que alcance el refinamiento indicado. Lamentablemente, «The Endless River» prueba que ambas interpretaciones de la frase son incorrectas: que aparezca «Pink Floyd» en la tapa de un disco no es un sello de calidad incuestionable y, sí, Pink Floyd son capaces de sacar cosas sin terminar, que nos hagan cuestionar lo que haya ocurrido en el estudio de grabación.

«The Endless River» se compone de 18 tracks, con un promedio de menos de tres minutos cada uno, y fue promocionado como un disco que mostraría la veta instrumental y más ambiental de la banda de Londres, además de ser, según David Gilmour y Nick Mason (únicos miembros de Pink Floyd presentes en carne y hueso en el disco), un tributo a la memoría de Richard Wright, tecladista fallecido en 2008. Las canciones se armaron a partir de más de 20 horas de grabaciones de las sesiones del disco «The Division Bell», de 1994. Si sus intenciones son honestas o no lo podemos dejar para otro momento, pero yo lo único que puedo hacer es comentar sobre el resultado final, y no es muy alentador que digamos.

No es la primera vez que PF mete música de estilo ambiental en un disco, porque hay que recordar que lo suyo siempre tuvo más que ver con la atmósfera que sus canciones generaban que con el virtuosismo que muchas otras bandas de rock progresivo exhibían. El problema radica es que mientras esas secciones instrumentales aparecían como parte de canciones, en «The Endless River» pasan a ser todo, por lo que no hay una estructura donde puedan encajar.

«It’s what we do» y «Ebb and Flow» parecen sacadas de uno de esos discos de «música relajante y zen» que venden en las farmacias, y en «Asinina» el saxo pertenece más a un hit navideño que a una canción de PF. «Sum» y «Skins» tienen algunos puntos a favor, porque son tracks donde la batería hace algo más que marcar el mismo ritmo ya escuchado en muchas otras canciones de PF, pero nada más que eso porque todo lo demás es lo mismo.

Un par de buenos momentos como «Allons-y (Part 1)» y «Allons-y (Part 2), que parecen parte de alguna grabación de la época de «The Wall» pero que son demasiado cortas como para poder destacarse verdaderamente, no salvan a un disco que casi podríamos decir que nació muerto, más que nada porque esos buenos momentos lo son porque recuerdan a otras canciones mil veces mejores de Pink Floyd.

«Louder Than Words», la canción que cierra el disco, es la única no instrumental, y sin dudas el mejor momento del disco. Si en vez de hacer todo un disco hubieran sacado sólo esta canción habría sido un mejor tributo a Richard Wright. Una canción sentida y con cierta atmósfera melancólica, con un gran solo, buenos arreglos y coros.

Lamentablemente, uno no puede juzgar un disco por una sola canción sino que tiene que tomar al disco como un todo, y «Louder Than Words» es acompañada de otras 17 canciones aburridas que aparecen y se desvanecen sin dejar nada, sin características propias que permitan diferenciarlas unas de otras y sin un hilo que permita seguirlas. Si este es el verdadero canto de cisne de Pink Floyd, una de las bandas de rock más importantes de la historia, créanme que es un canto triste y opaco.