Dead Warrior – 2013 – Abismos

Pocos géneros dividen tanto las aguas como el deathcore. Todo género que tiene éxito y provoca la aparición de miles de bandas imitadoras de los conjuntos más exitosos es pasible de ser blanco de las críticas y los ataques de los fans más conservadores.

Dead Warrior es un quinteto porteño (aunque todavía eran un cuarteto al momento de la grabación) formado en el 2007 y practican eso: deathcore, con los breakdowns y las voces de cerdo (lo que llaman «pig squeals») típicos del género combinadas con los death growls, todos a cargo de Gonzalo Roland, un tipo de vozarrón y gritos privilegiados. Hasta ahí, podríamos calificar su propuesta de genérica, pero hay un ingrediente adicional: el death melódico. El sonido de Gotemburgo, en la vena más At The Gates, se siente en los riffs del guitarrista Guido Guzmán, que combina con riffs casi thrasheros y las secciones de breakdowns que, por suerte, no terminan agobiando como en la mayoría de los discos del género, al mantenerlos en su cuota justa y necesaria. Cuando hablamos de deathcore hablamos de la versión más bruta del género, sin voces limpias, con doble bombo y todo el tiempo al palo, exceptuando el final de «Solsticio de las almas», con un piano que marca atmósferas y se va desvaneciendo.

Canciones como «Cosecha de Sangre», «Nox Aeterna» (con sus blastbeats brutales, a cargo de Charly Sánchez), «Augurio», «A través de los ojos de Shodan» y «Escoria» (estas últimas dueñas de breakdowns brutales y complejos, alejados del típico sonido «chug chug chug» que tanto se le critica a las bandas de deathcore) son grandes canciones y se destacan en un disco corto, de apenas 32 minutos, pero de la duración necesaria. Gran trabajo de Nicolás Ghiglione en la producción, aunque se puede reprochar el poco espacio que se le dio al bajo de Luciano Guzmán.

Discos como este, el debut de Dead Warrior, demuestran que hay bandas argentinas que no sólo pueden destacarse en el estilo más clásico del heavy metal sino que también hay grandes exponentes en las vertientes más modernas del género, algo que planta la esperanza de que, algún día, Argentina pueda convertirse en un exportador de bandas al exterior.