Sigh – 2015 – Graveward



Sigh tenían un desafío complicado al momento de trabajar en el sucesor de “In Somniphobia” (2012), este último siendo por lejos uno de los discos más importantes de una discografía sumamente envidiable, y encima uno donde la mixtura de estilos y atmósferas de película de terror se había llevado a sus mayores extremos. Teniendo una vara tan alta para superar, ¿cómo se mantiene “Graveward” antes las expectativas? En su mayor parte, el nuevo disco de los japoneses funciona como un sucesor digno de “In Somniphobia”, de menor impacto que su hermano mayor pero sin ser para nada un mal disco. Sin embargo, ciertos aspectos de este nuevo trabajo terminan diluyendo el resultado final.

A lo largo de 10 canciones, Sigh nos pasean a su gusto por su típico universo retorcido de locura “mrbunglera” y experimentación sónica, donde riffs de cierto tinte power y thrash metal pueden convivir con los chillidos del cantante Mirai Kawashima, las voces y arreglos de saxo de su esposa Dr. Mikannibal y teclados de corte “cinematográfico-circense-opulento”. Aunque los famosos cambios entre estilos, ese elemento tan característico del sonido de la banda, no son tan abruptos como en su antecesor. Eso no significa que ello no esté presente, como bien atestigua la locura sónica de “The Molesters Of My Soul” con su experimentación “glitch” y electrónica. Sigh han utilizado estos elementos anteriormente con resultados satisfactorios, y esta no es una excepción.

La producción del disco es el punto se pueden encontrar las mayores falencias de “Graveward”, y es el aspecto que termina ensuciando al disco. Hay momentos donde la maraña de riffs, voces y efectos terminan convirtiéndose en una bola de ruido, y a los instrumentos les falta un toque de fuerza, con la batería sonando como en su propio mundo. Esto, sin lugar a dudas y desde una opinión personal, es una verdadera lástima, considerando la calidad y el talento de los músicos involucrados. A su vez, el sonido termina desperdiciando las participaciones especiales de Sakis Tolis (Rotting Christ), Niklas Kvarforth (Shining), Frédéric Leclercq (Dragonforce), Matt Heafy (Trivium) y Metatron (The Meads of Asphodel).

Más allá de sus claras falencias, “Graveward” es una adición digna a la discografía de la banda nipona, aunque no se lo pueda tomar como uno de sus mejores trabajos, más que nada por esa producción confusa que embarra el sonido y el resultado final. En resumen, este es un buen disco pero la banda está para mucho más.

Sigh – 2012 – In Somniphobia

Cuando uno tiene que hablar acerca de un álbum musical, mencionar una, dos o hasta tres etiquetas puede ser útil. Algo tan simple como decir «power metal», «black metal», «speed metal» y demás puede ahorrar mucho tiempo tratando de explicar qué se va a encontrar uno al momento de apretar «play».

El problema se presenta cuando uno se encuentra con una banda como Sigh. Aunque sus comienzos como una banda de black metal tradicional no plantean un desafío tan grande, la verdadera batalla se da cuando uno tiene que describir la cosa rara en la que se convirtieron después.

Algunos lo llaman «avant-garde black metal», y sería un buen comienzo excepto por el detalle de que Sigh se alejaron del black metal hace un tiempo largo. Tal vez la voz de Mirai Kawashima, raspada y gritada, sea lo más cercano a esos comienzos dentro del metal negro pero, yendo a la música en sí, todo está tan alejado de eso como Buenos Aires está alejado de Tokio.

Sería una pérdida de tiempo ponerse a explicar todos los elementos contenidos en el disco, porque no hay manera certera de describirlo todo. Acá hay metal, generalmente de corte progresivo y el mínimo suficiente como para que aparezca acá, pero hay mucho más de jazz, rock progresivo, folk, rock psicodélico, música orquestal, experimentación de todo tipo, tempos raros, música de circo, música árabe, etcétera. Muchos de los momentos de mayor locura compositiva se encuentran en la suite «Lucid Nightmare», donde la influencia jazzera y psicodélica llega a su máximo nivel con el saxo de Dr. Mikannibal. Y lo más importante, es que el disco no es un simple pastiche de géneros, pegados uno delante o encima del otro sin ninguna coherencia, sino que todo fluye de la manera más natural posible. En pocas palabras, Sigh son honestos en lo que hacen.

No es uno de esos discos que se pueda analizar canción por canción, sino que es una de esas experiencias que hay que experimentar como un todo, y que a cada escucha presenta nuevas capas y nuevos secretos escondidos. Las etiquetas no alcanzan, porque Sigh ya es un género en sí.